28 de noviembre de 2008

Salinger vs Dave Eggers

El libro que más veces he leído son los cuentos de Salinger. Me lo dejó alguien en inglés, recuerdo el “For Esme” impreso en la portada. Yo creo que P, desde luego, pero al momento me surgen dudas porque me parece que P no lee en inglés. Tengo dos ejemplares. Uno es de L, otro me lo regalaron un cumpleaños, junto a todas las obras de Salinger. Leer a Salinger siempre aporta normalidad., una base estable, una piedra angular. Describe lo inesperado en lo cotidiano, pero sus personajes concluyen estéticamente en el epos, la visión del narrador los hace conclusos. Hay un falso encuentro dialógico entre la palabra del narrador y el personaje. Están en habitaciones distintas, pero empatan. Me pacifica. Todo esos mundos, esos cuartos de baño o de hotel, son representados dentro del campo de visión del invisible autor.
Estos días en que voy perdiendo el culo y llego a las diez a casa después de pasar por el Burguer King, me he cogido a Eggers como sustituto. Eggers es normal, demasiado normal. Aunque rico en trucos y con un registro de lenguajes o dialectos tan variado como el Metro, no alcanza esa polifonía estabilizada de Salinger, ya que parece que lo decisivo es el truco, la chispa del recurso estilístico, el momento dialógico en que un personaje se encuentra con una situación anormal o con otro personaje de reacción inesperada. Sé que es una engorrosa diferenciación, y que el Eggers es un crack en dialogismo interno (bivocalismo estilizador o paródico, distintos tipos de monólogos y diálogos, polémica oculta, simbolismo inconcluso, anticipación o réplica interna de la palabra ajena), pero quizá estoy cansada, quizá necesito el chas. Un cacho de carne y unas simples patatas. Y la originalidad de Eggers no radica en la originalidad de los discursos, sino en la forma de articulación. En comida deconstruida.
Debí quedarme sentada en un banco de la acera de central Park, donde compré el libro, y poner los medios para que Eggers me narrara tranquilamente.
Salinger es la voz que dice: no estoy aquí.
Y eso necesito.
Algo grande, irreconciliable e imposible de aunar: la montaña y la ballena.

22 de noviembre de 2008

Falling Man, Don Delillo



¿Dónde estabas cuando el 23 F?¿Qué hacías mientras disparaban a Kennedy? ¿Con quién estabas sentado cuando dieron la noticia sobre Kurt Cobain? Estas son las preguntas que definen nuestras identidades. El 11 estaba en casa de mis padres. Por aquel entonces yo tenía una beca en la Universidad. Estaba tomando un café, a pesar de la hora, antes de irme a la estación de autobuses para Valencia. De allí salía el avión que debíamos tomar I y yo hacia Cork. Estuve en casa de L y por primera vez escuché a Sigur Ros. Al final del día faltaba un día de nuestras vidas, como siempre, pero también algo más. El tipo de jugo, de material líquido, que se cuela por nuestros sentimientos y los lubrica. Es el coste por sobreponerse al agotamiento, al desconcierto. Don Delillo, en su último libro, describía todo esto. Una sola palabra: extrañamiento. Una obra bella, austera, con piezas que se desmembran al final y algunas hebras sueltas. Una descripción del trauma desde el interior del trauma. 

9 de noviembre de 2008

Presentación de renglón seguido en valladolid



Os invito a la presentación de la colección Renglón Seguido que edita la Universidad de Valladolid a través del Secretariado de Publicaciones y con la colaboración de la Junta y la Cátedra Miguel Delibes. El lunes a las seis en el Salón de Grados de la Facultad de Letras de Valladolid.
Javier García Rodríguez, director de la colección y padrino del cotarro literario underground de calidad (y eso sin blog), nos regala tres títulos: Una Extraña Industria de Aurora Luque, Decadencias de Luis Antonio de Villena y La Plaza del Mundo de Juan Bonilla. La colección se cuela en un espacio intermedio entre el ocio y la cultura, la apuesta editorial y la formación académica, dando juego y voz a las excepciones. De estos tres títulos iniciales, os recomiendo el de Bonilla: un recorrido por la intrahistoria literaria de los libros como objetos. Cuando yo era pequeña, teníamos una jarra de agua en casa. De porcelana azul. Bebíamos de ella cada comida, cada cena. Hoy, cada día, consumo unos dos litros de agua, pero su envase está preparado para desecharlo sin más. Cada 24 horas dos botellas vacías desaparecen y no establezco ningún vínculo con ellas. Más o menos, así va con todo el resto. Excepto los libros. Los libros los mudo cuando me voy, forman parte de la identidad, y por ahí parece ir Bonilla: dónde encontré esos objetos que son mi literatura, y cómo son para que me signifiquen. Mezcla de tejidos memorísticos dando forma a un nuevo género, entre la tendencia actual de ser el punto de partida y perceptor para organizar los elementos que se emiten (esa nueva tendencia en la que todos nos consideramos hoy sujetos retratistas de nuestra propia vida) y los cursos de literatura universitarios de, por ejemplo, Nabokov.
Vayan, vayan. Merece la pena.
(Continuará)

 
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