31 de agosto de 2008

William Boyd. Fascination vs. Restless



Compré un libro el otro día un poco a ciegas, uno de William Boyd. Había leído Fascination una noche que dormí en la habitación de mi hermana C y revisé su estantería. Era un libro de relatos cortos, un pequeño catálogo de recursos literarios: lenguaje cinematográfico, párrafos cuyas capitales iniciales completan el abecedario, diarios, guiones cinematográficos. Sus personajes estaban bien dibujados, las conclusiones eran frescas. Se lo robé una temporada y lo volví a leer en casa, pero ya no lo tengo aquí, supongo que lo delvolvería en mi ultima visita. 
Desde que compré ese segundo libro, Sin respiro (Restless), de Boyd, he estado dudando sobre si será el mismo autor, sobre si acaso había confundido el nombre de pila. No me gusta esta novela, así que llegué a la conclusión de que había cometido un error. En ella, una madre en su vejez relata a su hija, madre soltera, sus actividades como espía durante la II Guerra Mundial. Los dos personajes tienen el mismo corte psicológico, características parecidas, el mismo lenguaje y signos intercambiables. Muy poco esfuerzo para transmitir un mensaje poco atractivo. Londres, Bruselas y Albuquerque (donde dejamos al ilusionista de Auster) son tan parcamente descritas que parecen la misma ciudad. Lo único divertido es observar que Nuevo México como locus imaginario reaparace en las últimas lecturas: Richard Ford, Sam Shepard, Raymond Carver, Paul Auster y ahora Boyd. Todos esos Nuevos Méxicos se mezclan en una imagen homogénea de provincianismo exótico.

Pero ah, ha habido un pequeño gesto que me ayudó a reconocer a William en William: el casero de la madre soltera es dentista, como en otros relatos de ese libro de mi hermana, Fascination. Posiblemente sea el mejor personaje de Boyd, y probablemente una persona real. 
Entonces tengo que asumirlo.
Ningún autor es infalible y este libro es un bodrio. Escribir no debería ser recoger un paquete, entregarlo a alguien, irte a casa. 
Abandono.


29 de agosto de 2008

Auster vs. Auster, Carver vs. Carver (+anexos)

(He añadido anexos).


El protagonista de La Ciudad de Cristal es Daniel Quinn, un escritor de novelas policíacas y de misterio que escribe bajo el pseudonimo de William Wilson. William Wilson es un personaje de Poe que se desdobla, un doppelganger. El escritor Daniel Quinn, como Wiliam Wilson, escribe sobre el detective Max Work, con el que se identifica. Daniel Quinn recibe una llamada equivocada para Paul Auster, el autor del libro: alguien reclama sus servicios como detective. Daniel Quinn se hace pasar por Paul Auster y visita a Peter Schilling, un niño que fue encerrado durante su infancia por Peter Schilling, su padre, a fin de llevar a cabo experimentos del habla. Ahora Peter Schilling Padre ha salido del manicomio y Peter Schilling hijo teme por su vida. Peter Schilling padre inventó para documentar sus teorías de juventud a un falso escritor, Henry Dark. A Henry Dark le interesa la relación de la Caída del Hombre con la pérdida del lenguaje. Sus textos hablan de Milton, del Mayflower, del puritanismo y de que Nueva York es la nueva Babel, la Ciudad de Cristal.
Daniel vigila a Peter Schilling padre. Acaba hablando con él. Se hace pasar por Daniel, Henry Dark y Peter Schilling hijo. Él no se sorprende. Peter Schilling está loco y dibuja TOWER OF BABEL con sus paseos sobre el mapa de Nueva York.
Daniel visita a Paul Auster. Su niño se llama Daniel.
Daniel acaba encerrado a oscuras, regresando a la época en que no sabía hablar. Al paraíso perdido miltoniano.
La última voz del libro no se identifica, y es probable que se trate de Max Work.

Juegos de reflejos.


Anexo 1. Carver.
Mi padre me pregunta por teléfono qué tal escritor es Paul Auster. Debe estar a punto de sacar algo, haciendo promoción, porque antes nunca habíamos hablado de él. Le cuento que me gusta su descripción de Alburquerque en El ilusionista, pero que no he leído nada más. Por la tarde, como ya he terminado mi tarea de leer los libros que ya había en casa, me voy al fnac y me compro lo que me apetece, entre ellos otro Auster. Me sigue quedando en la cabeza el poso del relato de los caballos de Carver. Los dos relatos de los caballos de Carver, quiero decir: Si me necesitas, llámame y Caballos en la niebla.
El primero no se publicó durante su vida, fue encontrado entre los papeles de Carver en la Biblioteca del Estado de Ohio y publicado por su mujer. Habla de un matrimonio que alquila una casa para arreglar su separación. Todo va bien hasta que discuten una noche. A través de la ventana aparece una manada de caballos salvajes. tras una llamada, el sheriff viene a recogerlos. Después de ese momento mágico, todo sigue igual, pero al menos ambos se sienten mejor. La desilusión, pero también el alivio de que ya ha pasado el momento de esforzarse por reparar la situación, o cambiar. Ha pasado el momento de la ilusión negativa, la ansiedad ante las expectativas de ser un esposo o esposa a la altura del modelo.

Caballos en la niebla, es uno de los peores relatos de Carver. Me lo encuentro cuando decido leerme Tres Rosas Amarillas antes de cenar, por cerrar con Carver y porque me había quedado pensando en el relato anterior. Me sorprendo. Un hombre recibe una carta de su mujer diciéndole que le abandona por debajo de la puerta de su despacho. El texto insiste en que él no reconoce su letra. La mujer sale a la calle. Aparecen los caballos en el jardín, y esta parte es similar a Si me necesitas, llámame. Todo está alargado en el texto, y parece recubierto, una falsa superficie.
Quizá Carver se parecía mucho a su primer personaje, quizá prefirió complicarlo. En la edición de Anagrama un texto explica que un tercer relato, similar y diferente, fue publicado en Granta (Londres), nº 68 (invierno de 1999: 9-21).

Después le pregunto por mis hermanos, y me cuenta que M empaqueta sus cosas porque ha decidido irse a un piso, que C finalmente se fue con el coche a su nuevo destino, y que J estaba preparando unos caballos para la Feria de Torrejoncillo cuando uno de ellos le mordió en el brazo. El animal se había metido en el jardín de una urbanización vecina, y pastaba el césped mientras unos niños lo miraban tras las cristaleras, en el interior de la finca.

Diferentes nombres, diferentes ángulos de reflexión, diferentes máscaras.

Anexo 2.

Cuando estudiaba la carrera, en una visita a mi abuelo, éste me prestó Paraíso Perdido. Era una edición horrible, en castellano, del Círculo de Lectores. Unos años después, cuando terminé, fue uno de los libros que elegí para comenzar con esa tesis inacabada sobre El Doble por su explicación de la Caída de hombre, del dualismo Bien/Mal. Lo leí fragmentariamente, varias veces, en su idioma original, en distintas bibliotecas del mundo. Trataba de analizar esa lucha en un mismo personaje (Jekyll and Hyde, El Golem) y sus derivados: Frankestein, Blade Runner, etc. Aunque el tema ha sido elegido por otros muchos en este intervalo, me ha gustado encontrarme con comentarios relativos a todo eso en La Ciudad de Cristal.
La semana pasada, cuando mi padre estaba ingresado, ingresaron también al hermano de mi abuelo. Es ese tipo de hombre mítico del norte que alimentó a sus hijos y hermanos, abrió negocios, tuvo biznietos y cualidades extraordinarias. Sus hijas querían llevarlo ya al campo, su lugar favorito, para que muriera tranquilo. Tomé un café con mi madre en un intercambio de nuestros turnos y le comenté algo sobre ello. Nadie se lo había dicho.

A mi madre, cuyo tío había vivido durante su infancia y adolescencia en casa, compartiendo habitación con su hermano, le mudó la cara. Me contó cómo una vez salvó a un hombre de ahogarse en la playa, y cómo arregló el puente del pueblo. Parecía repentinamente cansada e indefensa. Me miró directamente a los ojos, con tristeza, y me dijo infantilmente: ¿por qué tiene que morir la gente buena?
Yo sólo pude contestar: Bueno, todos tenemos que morir, eso es así.
Ella continuó, como una niña regresada de la época que estaba recordando: No, todos, no. La gente buena no debería morir nunca.

Por su parte, cuando se lo comunicamos a mi abuelo, dijo que exagerábamos, que seguro que no era para tanto, y en cuanto estuviera en la parcela estaría mejor. En su propio paraíso. Como si sus objetos pudieron conjurar la muerte, y una enfermedad fuera cosa de mal humor. Le dije que aún tenía su libro y se rió: puedes quedártelo, me encanta que los leas, ven a casa y echa un vistazo, tengo muchos más. 
Demasiados, dijo. Demasiados, ya, para lo que los necesito.

21 de agosto de 2008

Carver, Auster, Junot Díaz.



La mayoría de los personajes del último libro de Carver, una recopilación de relatos descartados que su mujer decidió publicar tras su muerte, beben mucho. Lo cita García Casado en Las Afueras: "por su parte, ella me enseñó a beber". Para no caerse, para no desintegrarse en mil pedazos. En La plaza del mundo, leo una frase de Juan Bonilla que me capta. Algo como "elegir el destino de encerrarse en apartamento urbano y dedicarse a beber". Es como en la primera parte de El ilusionista, de Auster. Un profesor que pierde a mujer e hijos en un accidente de avión y durante un tiempo no tiene otra recurso para no resquebrajarse. Durante años canté los versos de Still ill, de los Smiths, como "I ended up with solids", cuando era "I ended up with sore lips". Esas primeras páginas de Auster son realistas y cautivadoras, como un Carver posterapiado. A partir de la decisión del protagonista de abandonar su régimen de líquidos e escritura compulsiva el libro es el que cae en picado. 31 grados. España contra Dinamarca a pesar del siniestro. Mamen Mendizábal es el busto parlante que conecta con pilotos y alcaldes en el informativo. Mientras yo la veo en la pantalla de casa, sé que la voz de mi chico viaja por el pinaguillo hacia su mismo oído desde control. Por la mañana dejo a Auster en casa, me cojo un tren, viajo al lado de una monja. Reconocería a una de ellas en cualquier sitio. Los zapatos de monja son inconfundibles. El olor. La textura de su piel, como carne de ave. Mientras estoy leyendo a Junot Díaz, prestado por Mamen, me llama mi hermana: mi padre ha salido de la operación. Todo bien. No para de hablar, y en su confusión anestésica confunde la pantalla y los mandos de la laparoscopia con un videojuego. Ha leído todo el fregado en esos términos y está entusiasmado. Me quedo con él y su conversación va languideciendo poco a poco. Nada de sólidos durante unos días. Junot es como un Coupland caribeño, pero sin melancolía, o como un Walcott fanático de las consolas y la Guerra de las Galaxias.
En ocasiones límites uno se encuentra con su verdadera dote genética. Los seis componentes de la familia nerviosos y pululando, intercambiando llaves de coche, manías y contramanías. Hoy lo reconozco: yo también soy nerd, pero me viene de casta. Todos mis hermanos lo son. Me gustaría un trago en casa, a puerta cerrada y con la tele apagada, para celebrarlo.

11 de agosto de 2008

Banana Yoshimoto vs Lulu Wang




Me gustaría saber cocinar, pero no sé. No tengo paciencia y la materia muerta me parece obscena. Ayer en el tren leí un relato breve de Fernández Mallo sobre eso en el dominical. Me resultó extrañamente sincrónico leer eso mientras atravesaba el llano de Albacete, mi tierra natal, las fábricas de harina que hace años mantenían encendidas sus luces toda la noche, semejando una fantasmagórica Nueva York para los viajeros. También leí Kitchen, de Banana Yoshimoto. Es un libro breve que me vino bien. Porque estaba enfadada. Con la sucesión mutante de la vida, continua y sofocante. Irritada contra la enfermedad, el cansancio, el miedo a la muerte o el abandono. La protagonista se desliza entre las fases de la tragedia más cotidiana de cocina en cocina, buscando alquileres, trabajos, amores ridículos. Minúsculos pasos de la vida. Hay algo fascinante en quien cocina con paciencia. Están absortos como si el tiempo no pasara o éste no fuera importante. La gente que trocea lento, que monda, enharina, casi detiene el corazón. Están solos en un distanciamiento gentil, cuidándote sin alterar la distancia, en una especie de amabilidad callada e instintiva. Parecen transparentes, y yo, pequeña hambrienta, necesito aplacar mi agitación compartiendo su pequeño círculo atolondradamente. Banana es un buen nombre para alguien que escribe.
Me gustó la lectura, excepto el fragmento final.
Me dieron ganas de comer tallarines preparados con gambas y jengibre. Hoy, cumpleaños de S, hemos ido al Wagaboo y nos hemos reído de los chinos y de Lulu Wang, como dos niñas japonesas. Sabía bien, y puedo comprender por qué.

Me gustaría saber cocinar algo estos días para Paul Newman. Atún marinado con semillas de sésamo, por ejemplo.

10 de agosto de 2008

Cuatro millones de chinos vs. un verano fatal



Madrid en agosto. Algunos te dirán que es la mejor época, pocos reconocerán que es un infierno. Tú has creído hasta hace poco que tendrías tiempo libre dadas las horas de luz, pero al final tienes que reconocer que es imposible hacer nada hasta que se va el sol y los niveles de trabajo te están aplastando. Los televisores sintonizan horas y horas de olimpiadas y tu terminas de leer El Teatro de los Lirios, de Lulu Wang: más de lo mismo. La China asfixiante, la disciplina, la carencia de elección individual. Pero qué belleza surge cuando el individuo deja de pensar y se sincroniza con un solo cuerpo, el de la coreografía del Estado. Ya empiezas a oír casos de amigos que han sido despedidos, o en cuyas empresas han empezado a despedir, y alguno tuyo ha acabado por decir basta y coger la delantera; se ha ido por su propio pie. Tú aún no tienes claro qué tipo de chino eres. Mi padre está esperando a que algún funcionario del Estado se decida a volver de sus vacaciones y estime oportuno operarle, y mientras tanto ya se está entrenando en tareas hospitalarias: a su hermana tuvieron que intervenirle por una infección interna. Pierdo mi fin de semana en ir y venir a verles. El tren por poco descarrila debido a un arrollamiento que rompe un cristal del vagón. La gente comenta con morbo los detalles que a fin de cuentas desconoce, el interventor me da un bocadillo y me dice que tardaremos 3 horas más, para cambiarnos de máquina. Por supuesto no nos devuelven el importe. Yo aprieto los auriculares contra mi pabellón auditivo y ajusto mis gafas de sol. Cierro los ojos y recuerdo la fábula visual de Nacho y Christina, e intento no pensar en las horas que me quedan de domingo.

9 de agosto de 2008

Necesito opinión


¿Qué os parece esto como portada de Caramelos, para la editorial Berenice?

5 de agosto de 2008

Una casa para el Señor Biswas


V.S. Naipaul, Una casa para el Señor Biswas, Círculo de Lectores, 2001.

En los años en que la teoría de la posmodernidad y los escritos de Baudrillard encandilaban al mundo académico, se buscaban nuevas literaturas a las que aplicar los nuevos puntos de vista descentralizados. La literatura caribeña, como la chicana, pasó a ser un campo de estudio en boga. Recuerdo a John Skinner recitando a Naipaul mientras caía la nieve al otro lado del cristal, en una de las aulas del Departamento de Lengua Inglesa de la Universidad de Turku, Finlandia. Era era una de las primeras nevadas, esa mañana aún había luz. El exotismo tropical de palabras como “mangoes” (mang-goh) o “criollo”( kree-oh-loh), pronunciados por el perfecto acento británico de Skinner, contrastaban con el paisaje monocromo.
Después de muchos años, hace poco me topé con Una Casa para el Señor Biswas en una librería del barrio, una novela que habla de cómo un hombre aspira, durante toda su vida, a encontrar su lugar en Trinidad.

La isla no tiene más que unos 50.000 habitantes, y su lengua oficial es el inglés, aunque también se usa el español. Su población es mitad negra, mitad hindú, como resultado de los esclavos traídos primero y de la mano de obra barata importada después. El Señor Biswas es uno de esos hindúes de segunda generación, un personaje desintegrado y cómicamente torpe en sus intentos por medrar. Como en La Casa en la Calle Mango de Sandra Cisneros, o Ojos azules de Toni Morrison, la marginalidad se expresa de modo espacial en la casa pobre, la chabola nunca acabada, como la representación opuesta al hogar burgués.
Desde su nacimiento, el Señor Biswas ha sido marcado por la superstición de su entorno. Su marginalidad comienza en el hogar paterno y desde ese momento Naipaul nos describe los espacios que se ve obligado a habitar: la chabola donde una familiar de su madre los recoge tras la muerte del padre, la casa enorme pero destartalada de su opresora familia política, su cuarto como peón del campo de los Tulsis, su fracasado proyecto de construcción, etc. Biswas va descubriendo que hasta dentro de una casa aparentemente próspera como los Almacenes Tulsi, donde habitan multitud de hijas, yernos y nietos, también existen fronteras: de miedo, de desconfianza, de vergüenza, que definen las categorías endogrupales. Estas mismas categorías se traducen en las calles: lenguas y culturas contenidas en barrios, guetos y poblaciones que se prolongan hasta la última frontera natural: el mar que sólo los afortunados cruzarán.
Una casa significa autonomía, pero no sirve cualquier acotación de terreno, sino que Biswas necesita la recreación de una casa concreta: la del colonizador. La bella casa con dos plantas y jardín, fresquera y fregadero, escaleras y balaustrada, el locus de una ideología determinada. Un deseo de escapar de Trinidad, pobre y caótica, para engrosar los valores, conceptos e ideas del hegemónico mundo occidental. Pero detrás de la desilusión de ese falso hogar al que nunca se puede llegar, se encuentra una mentira mayor: la de la metrópolis como hogar que recibe con los brazos abiertos.
Dada la maldición de su nacimiento ("este niño no debe acercarse al agua") y sus pobres condiciones físicas, Biswas no puede emplearse en el trabajo físico. Entre una mayoría de desposeídos y sin-nombre cut¡yo capital es su cuerpo, su lucha por sobrevivir como escritor o funcionario resulta ridícula. Su desintegración representa la de su comunidad, formada por grupos étnicos desposeídos de su cultura madre y minorías desarraigadas en una tierra extraña, como semillas exóticas llevadas a continentes inadecuados, como la mangos en medio de la nieve.

3 de agosto de 2008

Novedades sobre Canciones en Braille




Hace unos meses publicamos juntos, vosotros y yo, Canciones en Braille, un proyecto común surgido de la participación voluntaria en un relato on-line. Me quedaban dos cosas pendientes: gestionar el ISBN y hacer una versión más barata.

Pues bien, Canciones en Braille está disponible ahora en dos formatos; 
1. Canciones en Braille con portada a color y en blanco y negro por sólo 9.90 euros, que tiene impreso la numeración del ISBN en la contraportada y en la página del copyright pero no tiene código de barras (no está en un "paquete de distribución"). Os recomiendo que éste sea para vosotros, para regalo o para la gente que conozcáis, mientras que el que solicitéis en librerías o bibliotecas para que tenga presencia sea el siguiente:

2. Canciones en Braille con portada a color e interior a color, con código de barras ISBN en la contra. Sobre éste, por el hecho de incluir el código de barras, lulu.com incrementa el precio muchísimo (28.54 euros) , de modo que me he visto obligada a quitar las páginas en blanco (sólo) que separaban los textos entre sí, reduciendo el número total de 140 a 108. 
¿Qué utilidad tiene el código de barras? Pues que este libro, en 6 semanas, entrará automáticamente en las bases de datos y las redes de distribución, en concreto en la base de datos del mayor distribuidor de libros de EEUU, Amazon, y podéis solicitar que tengan ejemplares en vuestra biblioteca, en vuestro departamento/institución, en vuestra librería, etc. 
(En  Google Boooks tardará en estar unas ocho semanas).
¿Por qué éste es más caro? Porque he contratado lo que lulu.com llama un "paquete de distribución", el que las CEB estén presentes en la bases bibliográficas internacionales a las que acceden las librerías.

Además, para los que quieran regalarse un ejemplar especial para sí mismos, hay una edición en color, con 140 páginas y tapa dura, con el número ISBN en la contra y en la página de copyright, pero sin código de barras (sin paquete de distribución), por 28 pavacos. Lo he hecho para mí, pero a lo mejor a alguien le interesa. Ya sabéis que yo no percibo nada de la impresión y distribución de ninguno de estos libros.
Espero que esto sean buenas noticias, un beso.

 
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