24 de junio de 2008

Home is where the heartache



Y bien. Ahora estoy sentada en el salón de casa, la tele está apagada, y la gente se refugia en el gimnasio porque arrecia la tormenta. Recuerdo los despertares de Defalé, tumbados en el salón de la guardería, dentro de las mosquiteras, escuchando la tromba de agua desde las colchonetas. Recuerdo que antes de estar allí, con la mente en blanco y la vegetación sedienta, creí que la vuelta sería en sí un premio. Pensé que ante una situación parecida, después de haber estado rodeado de la belleza negra y tirante de los rostros infantiles decorados con cicatrices, cualquiera sentiría una emoción intensa al regresar y encontrar su mundo artificial lujoso e intacto. No puedo decir que sea así. Es difícil trazar los límites del éxito y del fracaso, un plano de los fronteras humanas. Cuando África ya no es algo nuevo, ni que me asuste, encuentro que el diseño es un yermo juego abstracto. Aspectos de la vida que parecían pilares seguros se deshacen como la arena de Lomé: la sacrosanta cultura, las letras de las canciones. Identificar el sentido de la vida humana vuelve a ser una tarea, olvidada tras tantos años. Claro que me siguen gustando los coches, los cortes de pelo, la comida química. Pero algo se quiebra. Ya no estoy tan segura de la manera en qué pertenecemos a ellos, aunque soy la suficientemente mayor para saber que sangre es sangre, y uno no puede jamás ser lo que no ha nacido.
Supongo que, a fin de cuentas, sólo se tratará de unos días. Una mente buscando sintonía, como una radio en seek.

1 comentario:

Héctor Castilla dijo...

Pues vuelve a darle al cuerpo todo lo que creas que pueda gustarle, placer hasta morirse (comida, miradas, canciones, bebidas...) y que vaya encontrando otra vez las emisoras que te hagan estremecer.

Espero poder verte pronto por Madrid.

Besos.

H.

 
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